lunes, 23 de junio de 2008

Recuerdos


Hola a todos.

Después de un largo periodo de tiempo sin escribir nada, es hora de hacer algo, para que la Web no decaiga.

Mi intención, hoy, es llevar al papel, las extrañas sensaciones experimentadas por un chaval, que a los 14 años salió de su casa para conocer mundos nuevos;, nuevos amigos, experiencias nunca experimentadas etc.

Primero os sitúo. Nací en la Galicia costera (Muy distinta de la del interior). En un “lugar” bañado por el mar.


Tengo que aclarar lo de las comillas de lugar.

La distribución de la población, empezando por la más pequeña es:

Lugar, parroquia, ayuntamiento y provincia.

Por lo tanto, la casa de mis padres está situada en el lugar de Vilariño, de la parroquia de Hio, que a su vez pertenece al ayuntamiento de Cangas del Morrazo y cuya provincia es Pontevedra.

Las casas no suelen estar apelotonadas en un determinado sitio, están dispersas, con lo cual, normalmente, a donde quieras que dirijas la vista, hay casas.

Dicho esto, sufrí un montón; horrores sufrí, cuando atravesaba Castilla en tren.

En el esquema mental de mi cabeza no entraba una llanura tan grande, tan grande, que se perdía en el horizonte.

No era capaz de asimilar las fincas que se perdían sabe Dios donde (las de mi Madre medirán 100x25 m. Aprox.) Decía para mí cuando veía un labrador con su arado, este pobre hombre, cuando terminará; está solo en mitad de la nada y los surcos, no se ve ni donde empiezan, ni donde terminan.

Nosotros sembrábamos patatas (entre otras cosas) y en un día terminábamos. Es más, teníamos siempre a la vista el comienzo y el final.

Os aseguro que tenía que cerrar las cortinas de la ventanilla del tren, para no verlo, por la enorme congoja que me entraba. No podía resistirlo.

Mi sorpresa mayúscula se produjo en Piedrabuena (Ciudad real)

Mi amigo Luis Moreno Azaña, me invitó una Semana Santa a su casa y hete aquí que vivía en un pueblo que empezaba en un sitio, seguías por la carretera y de repente se terminaba el pueblo. Al frente no veías nada, solo la soledad. Terrible.

Os aseguro, que atravesando Castilla – La Mancha, más de una vez vi el mar.

Cómo podéis ver, los espejismos existen. Yo, doy fé.


Otra de las cosas que no se me borran de la memoria, es la primera clase de dibujo con el Sr. Pantón. Hablaba un andaluz tan cerrado, que estuve cómo un mes, en que no me enteraba de nada.

Luego, poco a poco, lo fui entendiendo. Pero mi trabajo me costó.

Otra sorpresa enorme, los castellanos no hablaban bien el Castellano.

En clase de Lengua y Literatura, pregunta el profesor: ¿Qué clase de letras, son estas? Y muy ufano, un castellano manchego (Aún me acuerdo de su nombre, pero no lo nombro), salta diciendo: Las menúzculas. Yo flipaba..

Como sabréis, el vino de Galicia es de graduación alcohólica, más bien baja.. Y lo tomábamos (y aún se toma, en tazas de 1/8l.;1/4l¼;1/2l) también en vasos (de los de agua)

En mi primera salida a Córdoba, bar Colón, el hijo de mi Padre pide un vaso de vino. El camarero me mira, me vuelve a mirar y me pregunta ¿Un vaso de vino? Sí, claro fue mi respuesta.

Me pone el vaso de fino, me lo bebo, y al poco rato me doy cuenta de que hablaba por los codos y me preguntaba ¿Qué raro, con lo callado que soy yo?

Más tarde aprendí a ver los grados del vino y a beber por los catavinos.

Otra sorpresa enorme. Romería de Linares. Había como unos diez hombres, que a mí me parecía que no eran muy normales, hacían cosas para mí, de lo más extrañas. Incluso tenían más pinta de mujeres, que hombres. Curioso que es uno, le pregunté a un compañero. Y estos...Me mira con cara rara y me dice: Son maricones. Yo le respondo: Y...Jamás había visto yo cosa igual.

Más adelante continuaré. Un saludo

miércoles, 23 de abril de 2008

Viaje y mi primera noche en la UNI

Corría el mes de octubre de 1963 (El día no lo recuerdo) un niño de 14 años, partía de su aldea, asentada donde termina el Océano Atlántico (Definición del P. Cuenca, que quedó maravillado, al comprobar como dicho Océano, terminaba a sus pies) para montar en el tren que lo llevaría a un sitio, del cual, su nombre, poco me decía.

Me eran mucho más familiares los nombres de Buenos Aires, Santiago de Cuba, Camangüei, Pinar del río etc.

Era la primera vez que montaba en tren, sin embargo hacia dos viajes diarios a Vigo, en barco.
Aquí, antes de seguir, tengo que dejar constancia del VALOR que mis padres tuvieron que conseguir, no se donde, para dejarme marchar tan lejos (¿os imagináis 1.000Kms, de los de antes?

El viaje no era directo, había que hacer trasbordo en Madrid.
No penséis que eso era lo peor. Tenía un tío allí
Tengo que aclarar, que debí de ser de los repescados, ya que el tren especial, que más tarde conocería, había partido un mes antes, o así...
Bueno, llegado el día, viaje de la Familia a Vigo para despedirme.

Monto en el tren. Parte el tren. Llega a Madrid sin problemas. Trasbordo y rumbo ya sí, a Córdoba.
Es ya noche en Córdoba cuando el tren llega.
Bajo del tren, me meto por unos agujeros con mi maleta de cartón, y por arte de magia, aparecemos mi maleta y yo en la puerta de la estación.
Había taxis. Supongo que el primero de la parada, bajó solícito para preguntarme a donde me llevaba.
A la Universidad Laboral, le debí de contestar.

Porque al momento, mi maleta estaba en el portaequipajes y yo en el asiento del copiloto.
Y no os lo creeréis, pero aquí comienza el viaje más largo de mi vida.
Yo creía que la UNI estaba en Córdoba y no en medio de un campo, allá en el quinto pino.
Comienza la carrera, el taxista muy amable, me hablaba de no se qué, pero yo al ver que las luces de Córdoba, se quedaban atrás y nos adentrábamos en una oscuridad inmensa, me entró tal miedo y angustia, que no le atendía, solo le preguntaba ¿Cuánto falta para llegar?
Después de no se cuanto tiempo, eterno; el señor me dice: ¿Ves aquellas luces allá al fondo...? Pues allí es.

A mí lo único que se me ocurrió decirle fue: déjeme aquí que ya voy andando.
A lo que me contestó que no, que era peligroso.
Llegada al pié de Paraninfo, pago, cojo mi maleta y subo unas escalinatas que se perdían en la noche.

Me recibió el P. Riera, el cual me pregunta a que voy allí. Abro de maleta, saco los papeles, se los doy, los lee y me dice. Tienes suerte, te toca el colegio Juan de Mena y están cenando.
Me indica hacia donde tengo que caminar, acompañado de mi maleta.
Cruzo un espacio enorme (suerte que no caí en el estanque, ya que podéis creerme, no sabía que existía. Tampoco donde quedaba el comedor de J. De Mena) y llegué, por fin a un sitio con cantidad de chavales. Pregunto cual era el comedor que correspondía y me dicen, este es.
Me sentaron en la esquina de una mesa, donde había otros chicos cenando.
Aparece uno con una bandeja y me llena el plato, pero hasta casi desbordar, de unas cosas con una pinta rarísima y redondas (luego supe que se llamaban albóndigas) y me dice que me las tengo que comer todas, que no se puede dejar nada.

A, muy bien, pero yo cosas que no conozco, no como; le contesté. Y no comí. Bueno, no cené.
Salida del comedor, llegada al colegio y dormir al sótano, donde éramos la tira juntos, pero no revueltos.

Para terminar el relato de mi primera noche, os confieso que dormí toda la noche agarrado a la maleta, no me la fueran a esconder.